Las sustancias químicas están presentes en la vida diaria y en el entorno laboral, y aunque muchas son indispensables, otras representan un riesgo para la salud si entran en contacto con el organismo. Su ingreso puede producirse de diversas formas, conocidas como vías de exposición, y depende tanto de las características de la sustancia como de las condiciones del entorno y de la persona expuesta. Comprender estos mecanismos es fundamental para prevenir intoxicaciones, reducir riesgos y proteger la salud de trabajadores, familias y comunidades.
La inhalación es una de las formas más frecuentes y peligrosas de entrada de sustancias químicas. Los vapores, gases, humos o polvos suspendidos en el aire pueden penetrar rápidamente por nariz y boca, alcanzando los pulmones y de ahí pasar al torrente sanguíneo. Ejemplos comunes incluyen el monóxido de carbono, el cloro, el amoníaco, los solventes orgánicos y el polvo de sílice. Los síntomas iniciales pueden ser tos, dificultad respiratoria, mareos y dolor de cabeza, pero una exposición prolongada o en altas concentraciones puede causar daño pulmonar, alteraciones neurológicas e incluso la muerte. Esta vía de entrada es especialmente peligrosa porque los efectos suelen ser inmediatos.
La piel, aunque actúa como barrera, no siempre logra detener el paso de sustancias químicas. El contacto directo con líquidos corrosivos, cáusticos o irritantes puede producir desde enrojecimiento y quemaduras hasta la absorción de los compuestos hacia la sangre. Sustancias como pesticidas, disolventes, fenoles o hidrocarburos aromáticos pueden penetrar la piel y afectar órganos internos, como el hígado y los riñones. Además, pequeñas heridas, cortes o resequedad en la piel aumentan la probabilidad de absorción. En los ambientes laborales, esta vía es común cuando no se utilizan guantes o ropa de protección adecuada.
Otra forma de exposición ocurre mediante la ingestión de sustancias químicas, generalmente de manera accidental. Esto sucede cuando se consumen alimentos, agua o bebidas contaminadas, o al llevarse las manos sucias a la boca. También es común en niños, que ingieren productos de limpieza mal almacenados. Entre las sustancias de mayor riesgo se encuentran los plaguicidas, los metales pesados como el plomo o el mercurio, y los detergentes cáusticos. Los efectos pueden variar desde dolor abdominal, vómitos y diarrea hasta daño severo en órganos vitales. En algunos casos, la ingestión puede ser letal incluso en pequeñas dosis.
Los ojos son órganos altamente sensibles y vulnerables. El contacto directo con vapores irritantes, líquidos corrosivos o partículas químicas puede ocasionar dolor intenso, lagrimeo, enrojecimiento y, en casos graves, lesiones permanentes en la córnea. Si bien esta vía generalmente causa efectos locales, ciertos químicos pueden absorberse a través de la conjuntiva y entrar en la circulación sanguínea. Una sola gota de ácido o álcali puede provocar daños irreversibles si no se atiende de inmediato con un lavado abundante y atención médica especializada.
Una vez que una sustancia química entra al cuerpo, puede distribuirse por el sistema circulatorio y acumularse en órganos específicos. Por ejemplo, el plomo tiende a depositarse en huesos y sangre, el benceno en la médula ósea, y los solventes orgánicos en hígado y sistema nervioso. Dependiendo de la toxicidad, concentración y tiempo de exposición, estos compuestos pueden causar efectos agudos (rápidos e intensos) o crónicos (daños a largo plazo como cáncer, infertilidad o enfermedades pulmonares).
No todas las personas reaccionan igual ante la exposición a químicos. Factores como la edad, el estado de salud, la nutrición, la genética, la presencia de enfermedades respiratorias o cutáneas, así como la concentración y el tiempo de exposición, determinan la gravedad de los efectos. También influye el ambiente: espacios cerrados y sin ventilación incrementan el riesgo de inhalación, mientras que un mal almacenamiento de sustancias aumenta la probabilidad de ingestión accidental.
Las sustancias químicas pueden entrar al cuerpo por inhalación, piel, ingestión u ojos, y en todos los casos representan riesgos significativos si no se manejan con precaución. Su ingreso al organismo puede desencadenar efectos inmediatos o acumulativos que ponen en peligro la salud y la vida. La prevención es la clave: utilizar equipo de protección personal, mantener una adecuada higiene, garantizar el almacenamiento seguro de productos y cumplir con normativas de seguridad. Reconocer las vías de exposición y protegerse de ellas es el primer paso para evitar intoxicaciones y enfermedades ocupacionales.