Durante un incendio, el peligro más evidente suele ser el fuego y las altas temperaturas; sin embargo, uno de los riesgos más letales y a menudo subestimados son las atmósferas tóxicas generadas por la combustión. Cuando los materiales arden, liberan una mezcla compleja de gases y vapores que pueden resultar mortales incluso antes de que las llamas alcancen a las personas. Estos gases afectan la respiración, la oxigenación de los tejidos y el sistema nervioso, representando una amenaza directa tanto para las víctimas atrapadas como para los bomberos y trabajadores de rescate.
Entre los principales gases tóxicos asociados al fuego se encuentra el dióxido de carbono (CO₂), un gas incoloro e inodoro que se forma durante la combustión completa de materiales carbonosos. Aunque es un componente natural del aire, en concentraciones elevadas desplaza el oxígeno y puede provocar asfixia. Su nivel considerado “inmediatamente peligroso para la vida o la salud” (IDLH, por sus siglas en inglés) es de 40,000 ppm. En cambio, el monóxido de carbono (CO), producto de la combustión incompleta, es responsable de la mayoría de las muertes relacionadas con incendios. Al unirse a la hemoglobina con una afinidad 200 veces mayor que el oxígeno, impide el transporte de este en la sangre, causando hipoxia celular incluso en presencia de aire respirable.
Otros compuestos liberados durante los incendios son igualmente peligrosos. El cloruro de hidrógeno (HCl) se genera principalmente cuando se queman plásticos como el PVC, emitiendo un gas irritante de olor acre que inflama las vías respiratorias y los ojos. Su valor IDLH es de 50 ppm, lo que significa que incluso exposiciones breves pueden ser dañinas. Similarmente, el cianuro de hidrógeno (HCN), que desprende un característico olor a almendras amargas, se forma durante la combustión de materiales sintéticos como el nailon, la espuma de poliuretano o el caucho. Este gas actúa como un potente inhibidor celular, bloqueando el uso del oxígeno por los tejidos y produciendo una asfixia química que puede causar la muerte en minutos.
El dióxido de nitrógeno (NO₂) y el fosgeno (COCl₂) son gases especialmente peligrosos por su alta toxicidad a bajas concentraciones. El dióxido de nitrógeno, de color marrón rojizo y olor acre, se forma en incendios industriales y agrícolas, así como en silos o graneros donde se descomponen materiales orgánicos. Irrita la nariz y la garganta, pudiendo causar edema pulmonar retardado. El fosgeno, en cambio, es un gas incoloro e inodoro que se libera cuando refrigerantes como el freón se exponen al fuego. Con un valor IDLH de apenas 2 ppm, puede formar ácido clorhídrico en los pulmones al reaccionar con la humedad, causando lesiones pulmonares graves o la muerte por insuficiencia respiratoria.
La combinación de estos gases convierte a las atmósferas de incendio en entornos extremadamente peligrosos, donde el simple acto de respirar puede ser mortal. Por ello, la protección respiratoria es esencial para el personal de emergencias. Los equipos de respiración autónoma (ERA) permiten trabajar de forma segura en atmósferas deficientes de oxígeno o con concentraciones tóxicas, proporcionando aire limpio desde un cilindro independiente del entorno. Además, los planes de emergencia deben incluir monitoreo continuo de gases, ventilación controlada y la capacitación del personal en la identificación de síntomas tempranos de intoxicación por CO o HCN.
En conclusión, comprender las atmósferas tóxicas asociadas al fuego es vital para reducir la mortalidad y los daños en situaciones de emergencia. La prevención, el uso adecuado del equipo de respiración, y el conocimiento de los gases generados por la combustión son elementos clave en la protección de la vida humana. El fuego no solo destruye por calor, sino también por el aire que contamina; y enfrentarlo sin la preparación adecuada puede ser tan letal como las llamas mismas.