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La cultura de seguridad describe cómo una organización piensa y actúa frente al riesgo. No es un programa ni un manual; es el conjunto de creencias, hábitos y decisiones cotidianas que determinan si las personas regresan sanas a casa. Evoluciona en etapas previsibles. Conocerlas ayuda a diagnosticar dónde se está, qué resultados son razonables esperar y qué palancas aceleran el cambio.
A continuación se describe cada etapa —Reactiva, Dependiente, Independiente e Interdependiente— con sus rasgos distintivos, señales en campo, indicadores típicos y caminos de transición. El objetivo final no es un “cero” momentáneo, sino un cero lesiones y enfermedades sustentable: un desempeño seguro que se mantiene porque está arraigado en el diseño del trabajo y en los comportamientos colectivos.
En esta etapa la seguridad aparece solo después del incidente. Predomina la mentalidad de que “los accidentes pasan” y que la causa principal es la falta individual de cuidado. La respuesta típica es culpar, castigar y volver al trabajo sin aprender.
Rasgos visibles
La producción manda, la seguridad “estorba”.
La investigación se centra en “quién lo hizo” y no en “qué lo hizo posible”.
Señales de advertencia ignoradas, reportes casi inexistentes por miedo.
Procedimientos desactualizados o desconocidos; se valora “sacar la chamba”.
Indicadores frecuentes
Alta tasa de incidentes y casi accidentes no reportados.
Variabilidad operativa elevada, permisos de trabajo y bloqueos inconsistentes.
Capacitación reactiva posterior al evento.
Cómo salir de aquí
Compromiso explícito de la alta dirección: seguridad como condición de operación.
Acciones visibles en el frente de trabajo: corrección de condiciones inseguras, no solo discursos.
Implantar reporteo sin represalias y comenzar a medir casi accidentes y hallazgos de riesgo.
La organización acepta que el sistema influye en las lesiones; directivos y mandos asumen responsabilidad por poner orden. Se despliegan reglas, permisos, procedimientos y supervisión.
Rasgos visibles
Se estandariza el trabajo crítico: bloqueo y candadeo, permisos de trabajos en caliente, izaje, espacios confinados.
Supervisores observan tareas y corrigen desviaciones.
Campañas y metas claras, auditorías de cumplimiento.
Indicadores frecuentes
Caen los incidentes por mejor control básico.
Aumenta el número de inspecciones, observaciones y correcciones cerradas.
Persisten eventos por “desvío” o presión por plazos.
Límites de la etapa
Si la seguridad depende solo del jefe, falla cuando éste no está.
Cumplir la regla no siempre cubre escenarios reales; las personas siguen atajos para poder producir.
Transición recomendada
Desarrollar la propiedad personal del riesgo: que cada quien entienda el “por qué” de los controles.
Habilitar pausas seguras del trabajo, derecho a no proceder y análisis previos hechos por los equipos.
La seguridad se vuelve un valor personal. Las personas planean, se autoobservan, detienen el trabajo cuando lo amerita y aprenden de forma deliberada. Los líderes siguen presentes, pero su rol es habilitar y quitar obstáculos más que mandar.
Rasgos visibles
Preplanes de tarea, análisis de riesgo dinámico y chequeos entre pares.
Prácticas como “Stop Work”, tarjetas de observación de conductas y retroalimentación respetuosa.
Capacitación basada en habilidades críticas, no solo en normativa.
Indicadores frecuentes
Mayor proporción de leading indicators: calidad de controles críticos verificada, hallazgos tratados, tiempos de cierre cortos.
Reporte amplio de casi accidentes con aprendizaje compartido
Reducción sostenida de lesiones registrables y de alta severidad.
Riesgos a vigilar
Individualismo: “yo me cuido” puede volverse ciego al riesgo del equipo o del contratista.
Autoconfianza excesiva: subestimar tareas no rutinarias o cambios de condiciones.
Para dar el salto
Diseñar trabajo en equipo que haga explícita la interdependencia: roles complementarios, verificaciones cruzadas y metas compartidas de riesgo.
Aquí la seguridad es una propiedad del sistema social y técnico. Los equipos prevén, se coordinan y se cuidan mutuamente; contratistas y áreas de soporte están integrados; la mejora es continua y basada en evidencia. Se habla abierta y constructivamente de errores; la organización aprende más rápido de lo que el riesgo cambia.
Rasgos visibles
Liderazgo distribuido: cualquiera puede alzar la mano y detener la tarea.
“Just culture”: se distinguen fallas del sistema, errores humanos y conductas temerarias, con respuestas proporcionales.
Gestión de riesgos críticos con controles “que no fallen”, verificados por desempeño y no por papeleo.
Investigación de eventos orientada a causas sistémicas y rediseño, no a culpables.
Indicadores frecuentes
Muy alta tasa de reportes de aprendizaje, con cierres efectivos y cambios visibles en el diseño del trabajo.
Tasas bajas y estables de lesiones, énfasis en prevenir eventos de alta energía/severidad.
Métricas de salud ocupacional y bienestar integradas al negocio: fatiga, carga térmica, exposición a químicos, ergonomía.
Claves para sostenerla
Integrar seguridad a decisiones estratégicas, compras, ingeniería y planeación de la producción.
Revisiones periódicas de riesgos emergentes, lecciones aprendidas y resiliencia organizacional.
Desarrollo continuo de líderes y de la voz de los trabajadores.
Liderazgo visible y coherente
Definir expectativas claras: la seguridad no compite con la producción; la habilita.
Estar en el campo con propósito: escuchar, remover obstáculos, reforzar lo que se quiere ver.
Diseño del trabajo y controles críticos
Identificar peligros de alta energía y escenarios de mayor severidad.
Verificar la efectividad de los controles, no solo su existencia. Si un control no puede fallar, colócalo lo más arriba posible en la jerarquía de controles.
Aprendizaje organizacional
Convertir cada casi accidente, desviación y mejora en conocimiento compartido.
Investigar con enfoque sistémico y de diseño, con participación de quienes ejecutan la tarea.
Competencias y hábitos
Habilidades conversacionales para dar y recibir retroalimentación segura.
Planificación previa efectiva, gestión de cambios, y autorización informada para trabajos no rutinarios.
Energía del reconocimiento
Celebrar conductas y resultados que reducen el riesgo real, no “vanity metrics”.
Hacer visible el impacto: antes–después en rediseños, historias de detenciones oportunas del trabajo.
Reactiva
Lesiones registrables, accidentes con tiempo perdido, costos de siniestros.
Tiempo entre incidentes graves.
Dependiente
Cumplimiento de permisos y procedimientos críticos.
Observaciones de seguridad realizadas y desviaciones corregidas.
Porcentaje de hallazgos de condiciones inseguras cerrados.
Independiente
Calidad de análisis previos y verificación de controles en sitio.
Paradas de trabajo por riesgo justificadas y aprendidas.
Reportes de casi accidentes y lecciones difundidas.
Interdependiente
Efectividad de controles críticos medida en desempeño.
Madurez de just culture y participación de contratistas.
Tendencias de riesgos de alta severidad y de salud ocupacional a largo plazo.
Convertir el “cero” en eslogan punitivo que inhibe el reporte.
Sobrecargar de reglas sin rediseñar el trabajo real.
Medir actividad en lugar de riesgo (contar pláticas en vez de verificar controles).
Ignorar a contratistas y eslabones críticos de la cadena de suministro.
Conformarse cuando bajan las tasas; la complacencia es preludio del próximo evento severo.
La cultura de seguridad no cambia por decreto ni a golpe de campañas; evoluciona cuando el diseño del trabajo, las decisiones de negocio y los hábitos cotidianos se alinean para gestionar el riesgo de forma consistente. Pasar de lo reactivo a lo interdependiente significa que el cero dejará de ser un número aspiracional y se convertirá en una capacidad organizacional: prevenir, detectar, responder y aprender a un ritmo mayor que el de los cambios en el entorno. Ese es el significado práctico de un “cero lesiones y enfermedades” verdaderamente sustentable.