La medicina defensiva es una práctica que ha surgido como respuesta a la creciente preocupación de los profesionales de la salud ante la posibilidad de ser demandados por supuesta negligencia médica. Esta conducta, que modifica la toma de decisiones clínicas no por razones médicas sino legales, se ha clasificado en dos vertientes principales: positiva y negativa. Ambas representan reacciones distintas frente al temor al litigio, y sus consecuencias son importantes tanto para la calidad del servicio médico como para la relación con los pacientes y el sistema de salud en general.
La medicina defensiva positiva se refiere al incremento de acciones médicas con el fin de evitar reclamos legales. En esta modalidad, el médico adopta medidas preventivas y cautelosas que, si bien pueden tener un impacto favorable en ciertos contextos, también tienden a exagerar la intervención médica.
Entre los ejemplos más comunes se encuentra la solicitud excesiva de estudios de laboratorio y gabinete, la hospitalización innecesaria de pacientes, o la realización de procedimientos quirúrgicos sin una indicación clínica sólida, con el único fin de no omitir alguna posible condición que pudiera derivar en una demanda. A pesar de que estas acciones pueden parecer beneficiosas desde una óptica legal o incluso en términos de seguridad clínica, en muchos casos también incrementan los costos del sistema de salud, pueden generar ansiedad en el paciente y llevar a la medicalización excesiva de procesos que podrían ser abordados con mayor simplicidad.
No obstante, dentro de esta categoría también se incluyen aspectos positivos como el mejoramiento de la relación médico-paciente, la mayor comunicación y documentación del acto médico, y la certificación y acreditación de profesionales, hospitales y programas educativos en salud. Estas acciones, cuando se hacen con un enfoque ético y profesional, fortalecen la confianza social en la medicina y contribuyen a la mejora de la calidad en la atención.
Por otro lado, la medicina defensiva negativa tiene un impacto más nocivo. Esta se caracteriza por la omisión o negación de atención médica ante situaciones clínicas que podrían representar un riesgo legal para el profesional. En esta modalidad, el médico puede rechazar atender a pacientes con condiciones complejas o de alto riesgo, evitar procedimientos delicados o referir en exceso a los pacientes a otros especialistas, con tal de no involucrarse en posibles complicaciones legales.
Estas conductas comprometen gravemente la equidad y calidad de la atención médica, pues algunos pacientes terminan sin atención adecuada oportuna simplemente por representar un riesgo percibido para el médico. Además, genera desconfianza en los usuarios del sistema de salud y perpetúa la desigualdad, afectando particularmente a quienes tienen enfermedades graves o crónicas.
La medicina defensiva negativa también se asocia con un mayor índice de pacientes insatisfechos, aumento de la carga para hospitales de tercer nivel, y mayor número de demandas legales por negligencia derivadas de la omisión en la atención médica.
Ambos tipos de medicina defensiva reflejan una realidad preocupante: la judicialización creciente del acto médico y la percepción del ejercicio clínico como un riesgo constante. Si bien es comprensible que los profesionales busquen protegerse legalmente, es necesario encontrar un equilibrio entre la responsabilidad profesional, la ética médica y la protección jurídica.
Fomentar una cultura de seguridad del paciente, mejorar los procesos de comunicación médico-paciente, actualizar de manera continua a los profesionales de la salud y reforzar los sistemas de mediación y conciliación médica son pasos fundamentales para reducir la necesidad de incurrir en prácticas defensivas, ya sean positivas o negativas.
En conlusión, la medicina defensiva, tanto en su forma positiva como negativa, es una respuesta directa al entorno legal en el que se desarrolla la práctica médica actual. Si bien la vertiente positiva puede derivar en beneficios como una mayor preparación y documentación del acto médico, también puede implicar un uso innecesario de recursos. Por su parte, la medicina defensiva negativa representa un grave problema ético y asistencial que afecta directamente al paciente. Ante ello, es imperativo impulsar reformas legales, educativas y de gestión clínica que garanticen una práctica médica segura, ética y centrada en el bienestar del paciente, sin someter a los profesionales a un estado constante de inseguridad jurídica.